De Berlín a Buenos Aires, sin escalas

Al igual que en la Conferencia de Berlín, la sociedad argentina carece de representación eficaz y en gran parte desconoce lo que se propone en esta ley, sea por ajenidad, negligencia o desinterés, lo cual la convierte en un actor pasivo que solo aguarda el resultado. De igual manera que sucedió en Berlín, el entramado territorial que se construirá a partir de estas concesiones representará un cheque en blanco para la extracción de todo tipo de recursos.

Rodrigo J. Dias

2/5/202412 min leer

Hace algunas horas se terminó de votar como afirmativa la Ley Ómnibus promovida por el gobierno de Javier Milei. Tras intensas jornadas de debates, protestas y cambios de opinión y posición por parte de los diputados, finalmente esta Ley pasa la primera instancia con 144 votos a favor, 109 en contra y cero abstenciones.

Es cierto que le falta un largo camino por recorrer, puesto que todavía deberá ser votada en lo particular –es decir, cada uno de sus artículos- para luego obtener la media sanción que la habilite a ser tratada por la Cámara de Senadores. Incluso restan definir algunos puntos, debatir algunas cuestiones específicas, lo cual llevará algunas jornadas más de trabajo para las comisiones que se encargan de su estudio.

No obstante y más allá de esta primera aprobación, esta Ley ha generado una reacción generalizada por parte de todo el arco político, de los principales actores de organizaciones sindicales y movimientos sociales así como también de la ciudadanía en general. Y esta reacción no es exagerada, ni mucho menos: la promulgación definitiva de la Ley no solo le habilitaría facultades extraordinarias por un tiempo aún a definir, sino que además implicaría un retorno violento de las políticas que ya hemos atravesado en la última dictadura cívico militar, en la década de los 90´s y más recientemente durante el gobierno de Mauricio Macri. Privatizaciones, ajustes presupuestarios, desmantelamiento del “paraguas” redistributivo y un desguace de todo el aparato Estatal, desde la Ciencia hasta la Industria pasando por la Educación, la Salud y el patrimonio cultural nacional.

Este nefasto horizonte que vuelve a complejizar el presente y amenazar el futuro de nuestro país y sus habitantes se construyó –hablando con el diario del lunes- desde el mismo momento en que terminó la presidencia de Macri. La recurrencia a una figura alternativa, erguida sobre un discurso violento que planteaba un paradigma disruptor para el statu quo político y económico de nuestro país se fue consolidando gracias a la extensión del período pandémico, a los desvaríos de buena parte de la oposición y a la rosca incesante de los medios de comunicación afines a los grandes grupos económicos que operan por encima de todo el entramado local. Arrojado al experimento electoral, la inesperada pero explicable llegada de Milei al poder como opción 2 de Mauricio Macri le permitió a este desempolvar las ideas que – tal como él supo decirlo en más de una ocasión- no se habían podido concretar por haber sido demasiado gradualista. Y esta vez era claro que no iba a desaprovechar la oportunidad.

Reciclando antiguas figuras como Caputo o Sturzenegger, expertos en eternos endeudamientos y construcciones de crisis extremas, el proyecto de Ley terminó viendo la luz hace algunos días. O al menos eso creemos, puesto que hasta la fecha el escrito todavía se está modificando y reescribiendo conforme avanzan los acuerdos, las negociaciones y los rechazos. Incluso hasta la tarde-noche de ayer, momento en el cual fue solicitado un cuarto intermedio, se continuaba desconociendo el contenido final de esa Ley. Lo que sí es perfectamente conocido es la orientación de la misma, algo que fue aclarado, reiterado y luego advertido hasta el hartazgo a lo largo de todo el proceso electoral: favorecer los intereses de unos pocos en perjuicio de las mayorías, en un proceso de transferencia de activos que podría poner en riesgo no solo nuestra soberanía, sino incluso la estabilidad del país.

Partiendo de este punto, es que me resulta inevitable hacer un paralelismo con la Conferencia de Berlín, desarrollada entre noviembre de 1884 y febrero de 1885 (si, contemporánea a la Conquista del “Desierto” llevada adelante por el flamante Estado argentino) en la que participaron catorce países. Pero, ¿por qué hacer esta comparación entre esta Conferencia y nuestra actualidad? Les pido que me acompañen en este viaje sin escalas entre la capital alemana y nuestra Ciudad Autónoma.

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Partida: Berlín y el reparto de un continente

Antes de proseguir es necesario contextualizar. Nos encontramos en los años inmediatamente posteriores a la segunda Revolución Industrial, en un momento donde cada país que busque crecer y desarrollarse solo tiene una opción: expandir sus mercados y asegurar la provisión de materias primas que sostengan su aparato industrial. En un mundo donde cada centímetro de territorio poseído o incorporado otorgaba un mayor respaldo y una legitimidad digna de respeto, las posibilidades disponibles eran pocas y los ojos de los principales mandatarios empezaron a enfocarse en el continente africano.

Los países europeos comenzaron a estrechar los controles sobre los territorios conquistados en África y la escalada de violencia –resultado inevitable cuando dos Estados que se consideran potencias y se autodenominan Imperios buscan expandirse uno sobre el otro- que se avecinaba fue advertida por algunos de estos mandatarios y, en el intento de poner un freno antes de que las escaramuzas se convirtieran en una guerra mundial, se convocó a esta Conferencia, que comenzaría un 15 de Noviembre del año 1884. Poco más de tres meses después, el 26 de Febrero de 1885, esta Conferencia terminaría concretando el reparto del continente africano entre muy pocas manos, trayendo consigo resultados catastróficos para los africanos, al punto tal que al día de hoy continúan sin modificación. ¿Por qué?

En primer lugar, porque en esta conferencia se le dio lugar a los países que tenían intereses en África (no todos ellos tenían territorios bajo su control) y a otros tantos que no tenían ningún interés pero pidieron participar. Francia, España, Portugal, Reino Unido, el Imperio alemán, el imperio Otomano, Italia y Bélgica pertenecían al primer grupo, mientras que Países Bajos, los imperios Ruso y Austrohúngaro, Dinamarca, el Reino Unido de Suecia y Noruega y Estados Unidos pertenecían al segundo. ¿Representantes africanos? No hubo. Un extenso debate centrado en cómo delimitar los territorios africanos no tuvo siquiera un emisario que pudiera emitir opinión o palabra sobre lo que se deliberaba, sino solo observar cómo Francia, España, Portugal, Alemania, Italia, Bélgica y Reino Unido se atribuían soberanía y despedazaban a gusto y placer el continente.

En segundo lugar, porque del Acta elaborada en la Conferencia de Berlín se destacaban dos artículos puntuales: el Nro. 34, que refería que cada país que tomara el control de una zona costera y estableciera un protectorado (práctica que en realidad se venía realizando desde el inicio mismo de los viajes de exploración y conquista) debía dar aviso a los firmantes, quienes ratificarían la posesión. A esta costa iría por añadidura el concepto de hinterland, es decir, la extensión hacia el interior de este asentamiento, en muchos casos ilimitada. Esto nos lleva al segundo artículo, el 35, que establecía que cada ocupante debía poseer la autoridad suficiente para proteger los derechos y la libertad comercial sobre esos territorios frente a las amenazas potenciales de otros estados pares. La conjunción de ambos constituiría un cheque en blanco para la apropiación de tierras, recursos y también, a través de una malintencionada interpretación del artículo 35, para llevar a cabo una política sistemática de violencia y exterminio contra las poblaciones nativas.

En tercer lugar, porque a partir del establecimiento de estos artículos la superficie del continente africano comenzó a ser delimitada en función de dos criterios principales: el tránsito de los recursos naturales desde el interior hacia la costa, para ser enviada a su metrópoli, y la búsqueda desenfrenada por obtener una franja de territorio que le permitiera a cada potencia colonizadora el acceso a una costa en cada extremo. De esta forma comenzaría a “construirse” el mapa africano tal como lo conocemos hoy, resultando ejemplos del primer caso las particulares formas geográficas de países como Togo, Benin o Guinea Bissau; mientras que para el segundo caso podemos ver las prolongaciones hacia el interior de Angola y Mozambique (ambas excolonias portuguesas) o la curiosa extensión de Namibia en la infructuosa búsqueda de alcanzar Tanzania, excolonias germanas.

Esta caprichosa división territorial no estaría exenta de consecuencias, cuestión que nos remite directamente al cuarto y último lugar. Mientras el reparto del continente africano era consumado y afianzado, se repetía el mismo cuadro observado en los casi tres meses que duró la conferencia: nadie antepuso algún reclamo, objeción o comentario respecto a lo que sucedería con las poblaciones locales. Muy por lo contrario, y en la lógica del “divide y reinarás” el reparto del continente africano implicó la separación de las tribus, la paulatina obliteración de la cultura local, la destrucción de sus principales símbolos y construcciones y fundamentalmente, la despersonalización de la población nativa, la cual pasaba a ser bajo los regímenes coloniales poco más que un animal, aspecto que se vería reflejado en la institucionalización de un régimen racista en Sudáfrica algunos años después pero que cuya estructura legal comenzaría a esbozarse en este período. Es válido recordar aquí la comparación realizada por el intelectual camerunés Achille Mbembe entre la extracción de la plata y su posterior circulación como moneda de cambio: en el trayecto, este mineral fue golpeado, transformado y moldeado a las necesidades de sus poseedores para luego oficiar como objeto representativo de la acumulación de capital (ejemplo que Mbembe cuadra a la perfección para la trata de personas).

Un continente dibujado a placer de sus conquistadores, una conferencia y un documento plasmado a espaldas de los nativos, una reconstrucción de la esencia de “lo africano” y un expolio interminable de recursos naturales fue el resultado de esta Conferencia de Berlín, la cual construyó y perpetuó para África una asimetría que recién en décadas recientes comenzó a ser reparada. Al calor de la aprobación general de la Ley Ómnibus, lo primero que me vino a la cabeza fueron los paralelismos inevitables con lo que –de aprobarse- está ocurriendo y podría ocurrir con nuestro país.

Llegada: Buenos Aires, el Congreso y otro reparto igual de descarado.

Ya hemos mencionado que la llegada al poder del flamante Presidente Milei representa la cuarta venida del neoliberalismo más recalcitrante enmascarado detrás de un discurso de libertad y “anticasta”, caído a pedazos entre represión, ajuste y una devaluación feroz llevada a cabo por aquellos mismos de siempre que pocas semanas antes el titular del Ejecutivo defenestraba públicamente.

Un dicho empleado hasta el hartazgo nos recuerda que las comparaciones son odiosas. Y otro igual de valioso nos menciona que el desconocer la historia nos condena a repetirla. Lo que nos toca vivir hoy en Argentina es un llamado de atención que urge escuchar y más aún, entender el porqué.

Estamos, como sociedad, nuevamente en una posición desfavorable frente a aquellos que detentan el poder y la toma de decisiones. Estamos hoy en manos de una serie de individuos que detestan el país en el que viven y ensalzan las supuestas bondades de otros países. Gente que tampoco tiene reparos en desfinanciar la Educación, la Salud o eliminar el presupuesto en Ciencia y Tecnología mientras habla de convertir a la Argentina en potencia. Gente que aplaude las promesas de expolio de nuestros recursos naturales en boca de los hipermillonarios contemporáneos y ofrece al peor postor las empresas del Estado que aseguran la producción energética. Si tomamos en consideración una época y la otra, ¿no estamos, acaso, siendo testigos de una nueva Conferencia de Berlín en nuestra ciudad capital?

Pensemos por un momento y comparemos los puntos del apartado anterior. En primer lugar, la existencia en nuestro país de enormes reservas de recursos naturales estratégicos como el litio, los hidrocarburos y el agua potable nos han puesto hace algunos años bajo el foco de los grandes actores económicos transnacionales. En un horizonte de merma, escasez y próximo agotamiento de algunos de ellos –lo cual, como han vaticinado varios teóricos contemporáneos, sería causal suficiente para una guerra a gran escala- es preferible asegurarlos sin ningún tipo de desperdicio (como sí sucedió en la Guerra del Golfo y las posteriores invasiones a Irak) y que mejor manera de hacerlo que a través del lobby empresarial, los favores y las prebendas.

En este contexto, vemos hoy que los intereses que se ven representados en el Congreso son los de las grandes multinacionales más algunos actores locales y otros de menor escala, que buscan asegurarse las licencias de extracción al menor costo posible (vaya a saber uno a cambio de qué cifras o activos, claro está) a través de la voluntad y el voto manifiesto de sus mayoritarios voceros, los diputados. Al igual que en la Conferencia de Berlín, son ellos los que se sientan en la mesa y definen qué porción corresponderá a cada uno y las condiciones de presentación de potenciales futuros competidores. Al igual que en esta conferencia, la sociedad carece de representación eficaz –sí minoritaria- y en gran parte desconoce lo que se propone en esta ley, sea por ajenidad, negligencia o desinterés, lo cual la convierte en un actor pasivo que solo aguarda el resultado.

En segundo lugar, la resultante de los intereses volcados en la Ley, de aprobarse, generarán las condiciones para recrear nuevas esferas de influencia dentro del territorio nacional. Ojo, con esto no estoy diciendo que hoy no lo hayan hecho todavía, sino que faltan las regulaciones específicas que los habiliten a oficializarlos. De igual manera que sucedió en Berlín, el entramado territorial que se construirá a partir de estas concesiones representará un cheque en blanco para la extracción de todo tipo de recursos a la vez que obligará a sus detentores a asegurar el control de los mismos, control que en primer término se dirigirá a la población local (la represión de Lago Escondido, en manos de Joe Lewis, es apenas una muestra).

En tercer lugar, esta oficialización de las esferas de influencia –territorialidades, si hablamos desde la Geografía- dará lugar a la constitución de nuevas delimitaciones que no se verán reflejadas en un mapa político pero sí en los territorios, algo que nos resulta familiar si recordamos la actualización de la Ley de Inversiones Mineras promulgada por los presidentes de Argentina y Chile a fines de los noventa. La habilitación e institucionalización del visto bueno para la construcción de un mapa dentro del mapa, o de varias áreas dentro de Argentina a partir de la materialización territorial de los intereses económicos y espaciales de los grandes grupos de poder será inevitablemente el comienzo del fin para nuestra continuidad territorial soberana.

Y si seguimos en sintonía con el análisis previo, el cuarto y último punto nos llevará a la sociedad. Acá no sucederá lo acontecido en África con la separación de tribus y etnias, eso es seguro. Pero lo que sí podemos avizorar es la irreversible fragmentación de la sociedad en un conjunto de individuos que se ocupa y preocupa solo por sus intereses, que en su multiplicidad los convierte en incompatibles con la gran mayoría. La referencia a “la grieta” que se hizo durante la última década hoy es apenas una anécdota. Los quiebres son múltiples y el escenario muestra una sociedad que puede hablar en favor del ambiente para luego apoyar a quien promueve la derogación de la Ley de manejo de fuego, de glaciares o de tierras sin sonrojarse.

En ese río revuelto que es hoy la sociedad, las condiciones están dadas para avanzar con la despersonalización y la obliteración del patrimonio cultural: la eliminación de los bustos de próceres de nuestra moneda; el desfinanciamiento del Conicet, del INCAA, la reducción de horas cátedra en Historia y Geografía; la promoción de escuelas y universidades pagas que otorgan títulos tan superficialmente, tan vacíos de contenido y con la misma facilidad con la que nos entregan una hamburguesa en cualquier local de comida rápida; la infiltración sistemática de dispositivos destinados a desmigajar nuestra cultura tales como series, estilos musicales y festividades ajenas, entre muchas otros aspectos más que tienden a convertir “lo argentino” en algo exótico. Si Mbembe opinara sobre la Argentina actual tomando su metáfora de la plata, nos diría que con la puesta en marcha de la Ley estaríamos en la instancia intermedia de deformación y posterior amoldamiento a las necesidades de aquellos que nos emplearían como valor de cambio.

En el camino, estará presente el expolio de nuestros recursos, la pérdida definitiva de nuestra soberanía, el vaciamiento institucional y la profundización de una dependencia que rozará lo colonial. Ayer en todo el continente africano, hoy en nuestro país; ayer en Berlín, hoy en Buenos Aires, la sombra del imperialismo se yergue amenazante sobre el futuro de nuestro país. Esperemos que en el camino se pueda tomar conciencia, triunfe la coherencia y el final nos acerque más a una nueva historia. Las otras, las que conocemos, mejor dejarlas en el pasado.

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