¿Qué es la soberanía alimentaria?

El concepto de soberanía alimentaria fue desarrollado por Vía Campesina y llevado al debate público con ocasión de la Cumbre Mundial de la Alimentación en 1996, y se ofrece como una alternativa y una resistencia a las políticas neoliberales. Desde entonces, dicho concepto se ha convertido en un tema mayor del debate agrario internacional, inclusive en el seno de las instancias de las Naciones Unidas.

Rodrigo J. Dias

1/15/20245 min leer

Como siempre, si buscamos una definición de manual podemos decir que la Soberanía Alimentaria representa: “el derecho de cada pueblo, comunidad y país a definir sus propias políticas agrícolas, pastoriles, laborales, de pesca, alimentarias y agrarias que sean ecológicas, sociales, económicas y culturalmente apropiadas a sus circunstancias exclusivas. Esto incluye el derecho real a la alimentación y a la producción de alimentos, lo que significa que todos los pueblos tienen el derecho de tener alimentos y recursos para la producción de alimentos seguros, nutritivos y culturalmente apropiados, así como la capacidad de mantenerse a sí mismos y a sus sociedades” (Foro de ONG/OSC, 2002).

El concepto de soberanía alimentaria fue desarrollado por Vía Campesina y llevado al debate público con ocasión de la Cumbre Mundial de la Alimentación en 1996, y se ofrece como una alternativa y una resistencia a las políticas neoliberales. Desde entonces, dicho concepto se ha convertido en un tema mayor del debate agrario internacional, inclusive en el seno de las instancias de las Naciones Unidas. Fue el tema principal del foro ONG paralelo a la cumbre mundial de la alimentación de la FAO de junio del 2002.

Ahora bien, si nos ponemos a pensar en el contexto en el que estamos inmersos, la realidad nos demuestra un panorama que difiere (y mucho) respecto al ideal que propone esta definición; hoy gran parte del mundo está condicionado por las dinámicas de los mercados, las de la rentabilidad productiva y las de las necesidades de los Estados y los conglomerados económicos. Necesidades, vale aclarar, que están muy por encima de las necesidades reales de las sociedades.

Vamos a trabajar esta cuestión por puntos, para que veamos como esto se desenvuelve a nivel global.

  1. La búsqueda desenfrenada de ganancias le ha dado a las formas globales de producción de bienes y alimentos una característica muy particular: tal como refiere Esther Vivas, desde hace varias décadas hablamos de un sistema de producción kilométrico. ¿Qué significa esta manera de interpretar lo que nos atraviesa a diario?

Algo muy simple: que lo que se produce en una zona del mundo termina comercializándose y consumiéndose en otra, muy distante. Hace ya un tiempo circuló una imagen de un envase que ofrecía peras argentinas, empacadas en el Sudeste asiático…en Estados Unidos. Esta dinámica es algo que se ha vuelto cada vez más común y que pone en evidencia las diversificaciones y alteraciones de los flujos tradicionales de producción en función de la reducción de costos y la optimización de ganancias, afectando directamente a las producciones y los productores locales.

  1. Las lógicas neoliberales han, inevitablemente, creado esta particular configuración: se prioriza cada vez más al comercio internacional, y no a la alimentación de los pueblos.

Podemos mencionar algunos ejemplos de casos extremos, como el de la producción de caucho en Liberia, en manos de Firestone/Goodyear. Liberia, Estado nación africano nacido con el espíritu de convertirse en la tierra para los esclavos libertos, selló en 1926 un acuerdo para producir caucho que ocupaba 1/5 de su superficie total, además de otro tanto para café, banana y (no podía faltar) la extracción de diamantes, hierro y otros minerales. ¿Los alimentos? Importados en casi un 100%. Algo similar ocurre con Chad y la explotación de algodón, así como con tantos otros países que voluntaria u obligadamente adquieren este tipo de producción, particularidad hacia la cual nuestro país parece encaminarse cada vez con mayor firmeza a partir de las últimas decisiones tomadas.

  1. Volviendo al tema de las lógicas neoliberales, para satisfacer las demandas del comercio internacional se priorizan aquellos territorios que resulten más productivos. Recuperando la idea de la modernización integración/abandono exclusión, aquellas áreas que produzcan lo que el mercado necesita reciben una buena cuota de infraestructura y tecnologización, mientras que los metafóricos “desiertos” quedan al margen. Esto construye, reproduce y perpetúa asimetrías socioterritoriales que terminan resultando irreparables (y no, no existen “privados” que se interesen en promover y/o desarrollar las áreas de interés comercial nulo)

  1. Lo anterior nos lleva a otro punto: “lo rentable” (entendiendo por rentable aquello que se decide a ser producido) es cada vez más determinado por los precios internacionales en lugar de por las demandas efectivas. De esta forma, el proceso de sojización (otro video que pueden encontrar en el canal) que se ha desarrollado en gran parte de América es fiel reflejo de estas cuestiones, pero no el único. Cada vez más se profundizan –voluntaria o forzosamente- las especializaciones productivas locales y regionales, tendiendo a desplazar a las producciones habituales –que pasan a conformar el gran espectro de importaciones- a la vez que condicionan estas monoproducciones a los vaivenes de los precios internacionales y el azar de los fenómenos climatológicos.

  2. La competencia desleal: la aparición del dumping (venta de producido a precios casi de costo) destruye la capacidad de competir de los productores locales como sucede, por ejemplo, con la leche europea en la india, los cereales en áfrica, o la carne de cerdo norteamericana en Centroamérica.

  3. La reducción drástica de la biodiversidad: producir lo rentable, pero producir también lo más “consumible”, ha trastocado de forma irreversible a la riqueza (en calidad nutritiva y variedad genética) de lo que consumimos en el mundo. No solo en lo que respecta a los monocultivos de soja; la leche que se consume, cada vez extraída de una variedad menor de especies, (las que más producen obviamente), las que presenten el crecimiento más rápido, las que desarrollen frutos más grandes, más vistosos, todo ello redunda en un lado oscuro: la variedad disminuye de forma crítica. Como ejemplo, hay que pensar que al momento en que los españoles llegaron a América, existían y se cultivaban aquí unas 50 especies diferentes de papas. Hoy por hoy, apenas 2 o 3 son las que vemos en los mercados.

Y esto no es el único problema: una menor biodiversidad nos expone también a situaciones de riesgo, ya que ante plagas y/o variaciones en el tiempo atmosférico esa especie puede tornarse frágil o improductiva, dejándonos sin abastecimiento.

  1. El abastecimiento del mercado interno: este es quizás el problema mayor, puesto que con el cambio de orientación en las lógicas productivas, se deja de producir aquello que apunta a la satisfacción de las necesidades locales en beneficio de lo internacional. Ejemplo contemporáneo y en plena transición es el caso del valle frutihortícola de los ríos Neuquén y Negro, histórico productor argentino y abastecedor del mercado local, que está siendo de a poco reemplazado por las perforaciones del fracking y los loteos residenciales, de mucha mayor rentabilidad. Lo mismo ocurre con los infinitos campos de soja. Se concentran tierras, capitales y se reterritorializan procesos que desplazan a aquellos cuya producción es irremplazable para los mercados internos.

  2. Finalmente, la concentración de capitales: la inserción de tecnologías, paquetes de fertilizantes+pesticidas, OGM´s y las necesidades de maquinaria convierten a la agricultura y también a la ganadería en un negocio rentable para pocos. De allí, el resultado es inevitable: ante la imposibilidad de competir, los costos de producción y de venta sujetan a los pequeños y medianos productores a un horizonte de pocas alternativas. Derivado de esto, la concentración de tierras y capitales –un violento e intenso proceso de acumulación por desposesión que trasciende al dinero y pasa a las tierras, las patentes e incluso los conocimientos ancestrales de producción- ha dado origen a grandes monstruos de la producción alimenticia que, entre otras cosas, son los formadores de precios.

Más allá de este complejo y pesimista escenario, existen cuestiones concretas que pueden realizarse: la regulación de los precios de intercambio a escala internacional, los subsidios a productores pyme, una planificación ordenada de la producción que priorice lo local/regional, asociaciones multilaterales para la prevención del dumping, entre muchas otras, son solo algunas de las posibilidades que podrían garantizar la soberanía alimentaria. Qué producimos, qué comemos y cómo accedemos al alimento deberían ser, inobjetablemente, cuestión de Estado.

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